Maravilla del saber

Existía una aldea donde todos estudiaban, se preparaban para el futuro, leían, aprendían idiomas en la vieja escuela de pupitres aún más viejos, tanto los pequeños aldeanos como los mayores, sin darse casi cuenta llegó el futuro, algunos fueron presidentes de lugares lejanos, otros actores y médicos, eminentes cirujanos y doctores de almas, nadie perdió el tiempo, todos compren dieron que la mejor manera de pasar su tiempo era estudiando, convirtieron su aldea en un lugar digno de vivir, con agua caliente y paseos majestuosos, con avenidas y parques y centros de mayores, cuando envejecieron, enseñaron a las nuevas generaciones lo que ellos habían aprendido, así hoy la aldea se ha convertido en un lugar mágico para todos.

El arbol de los sentimientos

En lo más profundo del bosque existía un árbol de los sentimientos, era dorado como la cúpula más alta del Universo, lleno de hojas con los sentimientos más humanos, paz, libertad, amor, sinceridad, pero se encontraba muy solo, todas las mañanas extendía las hojas buscando sin encontrar, rozando las alturas, sollozando de rabia. Una mañana entendió su soledad, se acurruco en los mas profundo del bosque y allí murió de desesperanza, los humanos mientras olvidaron quien eran, de donde venían, que habían sido, el árbol despareció y los humanos se encontraron sin sentimientos, aterrados plantaron arboles en todas las avenidas, en todas las plazas, en todas las calles y jamás volvieron a sentirse solos, ni los arboles, ni los humanos.

Campanas al viento

Campanas al viento, gritaron los niños, tañían como soldados en la batalla, por todo el valle los hombres y las mujeres, los ancianos y los niños se dirigieron al fuego en la iglesia antigua, como pudieron apagaron los rescoldos de un rayo mortífero, y esperanzados dejaron de oír las campanas al viento, por la mañana uno de los niños observó la iglesia y corriendo hacía la aldea y a gritos, exclamaba " la Virgencita hizo un milagro ", entre las negruras del incendio, un rosal de hermosas rosas rojas, se alzaba como pidiendo clemencia al cielo, aquel invierno no hubo guerra, ni hambruna, ni más incendios y desde todas las aldeas venían a visitar la iglesia destruida, con el rosal como símbolo de un nuevo renacer.